Rakitic como síntoma

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Iván Rakitic es comienzo y final de todo en las manera de entender el juego del Fútbol Club Barcelona desde la llegada de Frank Rijkaard. La apuesta del entrenador holandés por Edgar Davids permitió a Xavi Hernández poder jugar veinte metros más adelante. Eso, más la llegada de Deco, permitían al Barça empezar a practicar un juego más posicional, generando más volumen de juego y organizándose sin balón.

El equipo de Rijkaard tenía vicios y el filial un observador adiestrado, Pep Guardiola. Cuando se dio el relevo, Guardiola dobló la apuesta, sumado a dos momentos clave de la historia culé: la madurez de Andrés Iniesta y Leo Messi. A partir de ahí, la ortodoxia era irrefutable: se jugaba de una manera, había una manera de hacer las cosas.

En otras palabras, el modelo era irrenunciable.

Con la salida de Guardiola auspiciada por el hostigamiento de una directiva que no soportaba que los focos no apuntaran al palco, llegó el malogrado Tito Vilanova.  Tito tiene una apuesta (o eso parecía, pues la enfermedad no dejó entrever más), que consistía en reforzar la base de Guardiola pero añadiendo un peón más, Cesc Fábregas, en ese trasvase hacia los últimos años de Xavi. Con Martino y sin Tito en el banquillo (ni Thiago) más la irrupción de Neymar en el vestuario culé, el entrenador argentino se enfrenta a un equipo desequilibrado en el juego posicional y a la dicotomía de querer jugar al modo reconocible del Barça de Pep con sus propios instintos a la hora de ver el fútbol.

Y llegó Luis Enrique.

Luis Enrique pretendió actualizar el modelo de Guardiola. Pero con un pequeño ( y posteriormente muy grande) matiz: No iba a profundizar en la idea del de Santpedor, sino todo lo contrario: reforzar aquellos aspectos en los que la ortodoxia flaqueaba. Comenzaba la época de la heterodoxia y con ello el Efecto Mariposa, pequeñas modificaciones sobre lo ortodoxo generaban (como podemos ver en 2019) caos en la heterodoxia.

Con Luis Enrique llegó Rakitic, y una idea: ser bueno en facetas que antes no se eran.

Iván Rakitic puede jugar de interior y de pivote, tiene gol, llegada, sacrificio, sentido táctico y un aseado dominio del juego. Unas características que también tenía un exjugador culé y exsevillista: Seydou Keita. El matiz era que mientras Guardiola usaba a Keita como segunda opción el croata era la opción primigenia de Luis Enrique. Y todas sus características eran de 8, nunca de 10.

El Barça pasaba a tener dos jugadores como Xavi e Iniesta, que eran 10 en varias facetas y 5 o menos en otras a tener un jugador como Rakitic que era un perfecto complemento pero no un jugador capaz de dominar el juego posicional ortodoxo ni de generar volumen de juego.

Habrá quien opine que Rakitic fue básico en el triplete de 2015 y tendrán razón. La irrupción de Rakitic en el once modificó los planes de los rivales, acostumbrados a dos locos bajitos que les quitaban el balón. Rakitic era algo fresco que alteraba lo que el rival esperaba y encima la MSN y Dani Alves sabían que tenían las espaldas cubiertas. Y un matiz (otro más) importante: cuando la cosa se complicaba, salía la ortodoxia (Xavi Hernández) al campo. Luis Enrique había logrado la cuadratura del círculo: su equipo había mutado, era versátil, tenía hambre y mezclaba jugadores con varios perfiles.

Pero Xavi Hernández se fue, no se dio ninguna oportunidad a algún interior de posición de la cantera y comenzaron los problemas para la ortodoxia: la apuesta por Rafinha como interior (cuando su mejor lugar es el de falso nueve) y los fichajes de André Gomes y Arda Turan. Que Turan y Gomes no iban a resultar se vio rápido por una circunstancia: lo que hacían ya lo hacía Rakitic  mejor, con lo cual sus oportunidades se verían reducidas. Lo que se necesitaba era un interior de posición, pero Luis Enrique o no lo quiso o no lo encontró.

Y con las pequeñas variaciones de Luis Enrique y un Barça heterodoxo, llegó Valverde y con él, el Barça reactivo.

Solo un Iniesta que daba sus últimos coletazos y la omnipresencia de Messi permitían un juego fluido y ortodoxo a los cánones cruyffistas. Valverde, pragmático, pensaba de manera reactiva, en cómo defenderse a base de cerrar líneas y modificar con variantes físicas a lo largo de los partidos. La figura de Rakitic creció, siendo su mayor baluarte (Messi juega en otra liga, obviamente) y sin el croata no se ha entendido este último periplo. La ortodoxia desaparecía completamente y Rakitic había vivido en primera persona esa transición.

Podía el Barça promocionar a algún interior canterano, pero lejos de hacer eso, llegaron dos jugadores: Arthur Melo y Arturo Vidal (Paulinho poca mención merece). El brasileño es más posicional, pero (al menos de momento) no es capaz de generar una fluidez necesaria para que el equipo tenga la velocidad de balón necesaria. Es un paso más cerca de Xavi y lejos de Rakitic, pero sigue sin ser ortodoxo porque no tiene las horas de vuelo necesarias para entender el juego de posición.

Otra cosa es Frenkie de Jong, un jugador que tiene el juego de posición instaurado en su ADN gracias a la escuela del Ajax. De Jong sí que domina registros que Arthur todavia no (esperemos que en el proceso lo aprenda) y que Rakitic nunca tuvo. Sumado a esto la edad del croata, parece que su tiempo en Can Barça pasó.

Pero últimamente, por la baja de Arthur, estamos viendo un Barcelona con Busquets-De Jong y Rakitic y el equipo recuerda a cierta ortodoxia, por la sencilla razón de que el holandés sí habla un idioma parecido al de Xavi o Iniesta sin estar a ese nivel (al menos, todavía). Rakitic vuelve a su lugar de lugarteniente y no de primer espada.

El croata ha visto cómo se ha evolucionado de la ortodoxia más pura a la heterodoxia más reactiva. Veremos qué decide el Barça, si seguir en la línea de fichajes que no entienden el juego culé o en mirar a los garantes de su juego: Riqui Puig, Carles Aleñá o Álex Collado.

Juegue más o menos, el día que el croata se vaya del club el Camp Nou merece despedirle con honores. A pesar de que, con él, empezó todo…

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