Adolescentes, no estáis solos

El otro día iba andando por la calle, paseando tranquilamente de camino al gimnasio (lo cual para mí es un lujo, pues suelo andar rapidísimo), absorto en mis pensamientos, cruzándome con un montón de adolescentes que salían de la biblioteca, o que iban a dar una vuelta con sus amigos y amigas.

Normalmente voy con los cascos puestos escuchando música, pero ese día no tuve esa suerte. Me iba mezclando entre la multitud y en la atmósfera se entrecruzaban palabras entre las bocas de los adolescentes. Lo primero que oí fue «pues mi madre solo me grita», al rato «pues este se va a enterar», más tarde «no le he dicho nada a mis padres pero suspenderé un montón».  Me metí en el tren y unas chicas se quejaban de otras chicas, al parecer porque les miraban mal, y hablaban de un tercero,  que a su vez había hecho no sé qué.

Bajé del tren pensando que los adolescentes tienen la misma rabia acumulada y los mismos miedos que teníamos nosotros cuando éramos adolescentes. La diferencia, en cambio, es que nosotros sí que reaccionábamos contra la visión nihilista de la vida.

Mi generación no es mejor que otras. Fuimos los últimos en no ir a la mili, en manifestarnos contra un sistema educativo que no escuchaba ni a alumnos ni a docentes, nos pasábamos las tardes en las canchas de baloncesto, en el parque comiendo pipas. Sabemos lo que es el barrio porque llevamos el barrio dentro. Sabemos lo que cuesta todo.

Teníamos la misma rabia adolescente. Pero teníamos una idea. Algo que poner en marcha. Un plan. Un vínculo. Y me preocupa que los adolescentes hoy en día hayan pasado de reaccionar contra lo que no les gusta al nihilismo del «me da igual». Porque eso es grave, como si creciera una pena negra que no se les puede quitar.

A veces pienso en mi alumnado, en si serán felices. En si sabrán todo lo que cuestan las cosas, si serán ciudadanos responsables, si tolerarán la frustración, si madurarán ante la adversidad. Y me pregunto cómo puedo ayudarles a que sean felices. El conocimiento es importante, pero ser profesor es algo más que eso. Necesitamos activar, estimular, a un alumnado que cada día más esta sumido en la Nada.

Como en La Historia Interminable,  en el Pantano de la Tristeza.

Me preocupo por mis alumnos y por su felicidad. En ese proceso de adquisición de conocimientos, me preocupa que no sean felices. Y observo a los adolescentes, y la Nada y la Tristeza rodeándoles.
Cada día es más difícil estimularles. Cada día es más difícil que algo les importe. Que algo les importe de verdad, en el tiempo.

Provocar una reacción es algo que como docentes debemos realizar. Los adolescentes necesitan un electroshock.

Deben saber que son fuertes. Que no están solos. Que pueden. Claro que pueden. Que la Nada y la Tristeza no son guerreros invencibles, que se puede luchar contra ellos. Que se debe. Que aquí no se rinde nadie.

Pienso en mis alumnos y los quiero ver felices. Quiero a mis alumnos porque la labor de un docente es moldear ciudadanos mejores cada día.

Aquí conocemos a la Nada y a la Tristeza. Convivimos con ellas, pero no nos gobiernan. Porque hemos decidido ser felices.

Adolescentes, no estáis solos. La Nada no es un enemigo extraordinario. Aquí estamos para luchar contra ella.

 

 

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