Una Champions en Fútbol Femenino

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Mi primer recuerdo del fútbol femenino es ir con mi padre a ver a mi hermana mayor en un campo de Usera. Normalmente no iba mucha gente, alguna que otras veces jugaban las primeras y todo el mundo esperaba el partido que venía después, generalmente el de los hombres en categoría aficionado. Mientras yo correteaba por la banda mi hermana perseguía un balón, una rival, cabeceaba a la red un centro o hacía de central improvisada por la expulsión de una compañera. Mucho carácter, inteligencia táctica y un amor al balón como pocas personas.

Recuerdo también que cuando el campo estaba embarrado y lleno de charcos ellas se ponían a quitar agua antes de jugar. No recuerdo, sin embargo, ningún día en el que tuvieran unos horarios de entrenamiento con luz. Todo parecía hacerse con nocturnidad y alevosía, como si esas dieciséis chicas locas, con edades comprendidas entre los 17 y 30 años, tuvieran una afición variopinta.

Viéndolas jugar descubrí varias cosas sobre el fútbol, como que no debes dar nunca un partido por perdido, que una lesión grave te puede dejar sin volver a pisar un terreno de juego, o que si dejas un espacio grande de tu portería en un penalty la delantera tirará ahí y tú harás una gran parada.

También aprendí que el aficionado que iba a verles vociferaba, con un aire de soberbia y ranciedad, eso tan manido de «las mujeres a fregar», cuando no directamente pensaban que una jugadora rápida con el pelo largo era un chico. Los insultos y desprecios se los ahorro al lector. Ellas estaban curadas de espanto y seguían a lo suyo en una España a finales de los años 80.

Cada quince días tenían que jugar en un campo rival de cualquier lugar de la península. No había ligas tan organizadas como ahora y los viajes a Asturias o León eran frecuentes. El club apenas se hacía cargo. Ellas cogían el petate (nunca mejor dicho) y allí que se iban, sabedoras de que posiblemente se encontraran una encerrona. Daba igual, al terminar el partido, otros cientos de kilómetros de vuelta para llegar a casa, que al día siguiente había que trabajar o estudiar.

Con el tiempo, esas mismas mujeres decidieron seguir ligadas al mundo del fútbol como entrenadoras, delegadas, o ayudantes. Algunas incluso formaron parte de directivas, generando las primeras dudas razonables sobre proyectos sostenibles en torno a una sección de fútbol femenino. Entraba el siglo XXI y quizá las cosas se estaban moviendo. Oías nombres como el de Mia Hamm, que sonaba muy lejano todavía. Pero cada vez veía más chicas jugar, en el patio del colegio, en pequeños equipos de fútbol sala, incluso mi hermana mediana se animó. Alguna jugando en equipos formados por chicos en categorías inferiores que, al llegar a la categoría cadete, tenían que dejarlo, mientras sus padres te preguntaban si conocías algún equipo de chicas, porque todavía no se decía fútbol femenino. Era de chicas.

Las chicas, las niñas, las chiquitas. El paternalismo. El «vete a fregar» oculto en cada acción. Hasta en la propia universidad, donde los profesores de fútbol pretendían ridiculizarlas. Aunque entre tus compañeras hubiera jugadoras de Primera División que cobraban un sueldo. Porque las cosas iban creciendo, oías que el Rayo lo hacía bien, que el Athletic tenía algo, que el Atlético de Madrid podía tener un equipo propio…

Eran rumores, cantos de sirena, con los que muchas mujeres no se hacía ilusiones. En realidad los equipos femeninos no formaban parte de la estructura del club, sino que gracias a las mujeres que antes jugaban se podía ser viable de un modo u otro. Supervivencia para no dejar de andar. La sociedad todavía no era lo suficientemente madura.

Pero todo va progresando muy lentamente. El Rayo Vallecano femenino juega un partido europeo, lo cual suena a algo extraterrestre. Los proyectos de Atlético de Madrid, Fútbol Club Barcelona, Athletic Club de Bilbao, Real Sociedad… van creciendo. Ves a jugadoras jóvenes que se van de Madrid a otras ciudades porque les ha fichado un equipo. Les dan casa y un pequeño sueldo. Y se van construyendo cimientos. Cuando te haces entrenador, tienes jugadoras en tu equipo. Ves su decisión y su amor por el fútbol.

Y así, capa tras capa, se van quitando prejuicios. Todo muy lento, pero avanzando. El paternalismo sigue existiendo, algunos de los aficionados al fútbol reniegan del fútbol femenino, lo tachan de lento, comparándolo en lo cuantitavo con el masculino sin entender nada y muchos de los entrenadores siguen evitando entrenar a mujeres, como si fuera algo degradante. Pero algunos nombres empiezan a sonar. Mari Mar Prieto, Laura del Río, Vero Boquete… gente que ha ido fuera a vivir experiencias deportivas y son reconocidas, aunque siempre miradas con distancia.

Todo muy lento, pero avanzando, decíamos, hasta que un equipo se proclama campeón de la Copa de Europa. El primer gran éxito del fútbol femenino español, que, en la última década, ha visto cómo ha participado en mundiales o eurocopas, se han actualizado sus infraestructuras, se comercializan sus camisetas y hasta se les hace reportajes en prensa generalista. Incluso el Real Madrid, bastante reacio siempre a crear una sección femenina, tiene la suya ya. Los cimientos se han puesto y solo hay que impulsarlo de verdad, con confianza y ambición. El fútbol femenino en España tiene muchísimo que recorrer todavía, pero cada vez está más lejos de los prejuicios, los estereotipos o simplemente la seriedad de un proyecto. Hay mucho que hacer y es imparable en nuestra sociedad.

Pero hoy me quiero acordar de Mari Mar, que ha sido la mejor jugadora que he visto, tan buena como Romario, de Laura, mi compañera de INEF que tenía que aguantar las risas de sus profesores, de Victoria, a la que vi meter un gol de falta que ni Messi, de Sara, tan buena jugadora como buena entrenadora ahora, de todas las compañeras que han tenido mis hermanas (gracias a ello tengo decenas de hermanas mayores) y de tantas otras. Pero sobre todo de ellas, mis dos hermanas, aquellas a las que les importaba un pimiento lo que decía un señor con un puro en la boca desde la grada.

Va por ellas esta Champions. Por ser pioneras, por no rendirse, por amar el deporte. Por ser ellas.

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