Los márgenes

El día despertó plomizo, con ganas de quedarse en la cama. El esqueleto de cemento que vertebraba la ciudad tenía la forma de un cigarro que va apurando sus últimas caladas. Todo iba cambiando, cada vez más insensible e inhóspito. Ni la lluvia que caía calaba en los huesos. No era ni lluvia.

KR se levantó de la cama con un pequeño gruñido de malestar. La casa estaba fría y tenía la nariz helada. Hasta que no tomara un poco de café no volvería  a la vida. Mientras esperaba a que la cafetera hiciera su ruido característico se puso a mirar Twitter. Las noticias preconizaban un apocalipsis que tampoco le sorprendía, cada día era así, una guerra en cada parte del mundo. Lo único importante era que no te tocara de cerca.

Mientras deslizaba su dedo por la pantalla del móvil no paraba de ver su cara. La cara de ÉL, del culpable de todo. Dentro de KR se inflamaba una llama colérica. Siempre ÉL, el causante de los males. La respiración se entrecortaba y el pulso se le aceleraba cuando la cafetera emitió un pitido. Sin dejar de mirar el móvil (y la cara de ÉL) se dirigió a servirse una taza.

A decir verdad no solo le molestaba la cara de ÉL. También la de ellos y las de ellas. La del conjunto. Ellos y no otros eran los seres más abyectos que se hubiera podido encontrar. Esa cara de trepa, esa que se ve a distancia. El diablo personificado.

Salió en dirección al trabajo mientras sintonizaba la radio en su coche. Era importante estar bien informado. En el programa aparecía el de siempre hablando de la personificación del demonio, de aquella persona que aparecía mientras deslizaba los dedos por su celular. ÉL, siempre ÉL. ÉL y los suyos, esa maldita caterva de piojosos.

Al salir del trabajo se fue a recoger a su hija, que salía del colegio. Tras unos breves insultos a una mujer por tardar mucho en aparcar y mirar sospechosamente a un negro que también recogía a su hija, pudo tener el abrazo de la niña. La niña sonreía y relataba a su padre todo lo acontecido en la escuela. Feliz por poder jugar con sus amigos todo el día, le contaba a su padre cada detalle de lo que había pasado en la escuela mientras él caminaba junto a ella en dirección al coche.

Entraron en el coche, no sin antes volver a buscar con la mirada al negro que estaba por allí. Abrochó el cinturón de seguridad de la niña y se dispusieron a ir a comer. En la radio seguían hablando de ÉL, del destructor de todo lo bueno que había en el mundo. De ÉL y de sus amigos, había que estar atentos, porque en cuanto te descuidaras se apoderarían de todo lo tuyo, de todo lo que te ha costado ganar con tu esfuerzo.

Mientras la niña comía y seguía contando con la boca llena todo lo que había hecho en la escuela él seguía mirando las redes sociales. Un poco de Instagram para ver cosas de fútbol y alguna tía, Twitter para ver si seguían hablando de ÉL. Además del demonio también hablaban de otros. De todos, porque estaban por todas partes. Porque no eran ciudadanos de los que fiarse. En Facebook empezó a mirar las amistades. Empezó a borrar unas cuantas.

Al día siguiente KR se levantó con una idea en la cabeza: tenía que cambiar a su hija de colegio. No pensaba que allí pudiera tener la mejor educación posible. Demasiado permisivos con algunas cosas, algunas profesoras muy dispuestas a hablar de según qué temas. Una palabra asomaba a su mente: adoctrinamiento.

KR lo habló con su exmujer. Estaban divorciados desde hace unos años y aunque ella era la maldad personificada había que hablar con ella sobre las cuestiones que concernían a la niña. Obviamente, se negó en redondo. «Estaba claro, esta «perra» siempre ha querido joderme la vida», pensaba. Lo habló con su hermana por teléfono, que maldita la hora en la que le conoció y le destrozó la vida. La hermana asentía, que siempre fue muy «fresca». Convinieron ambos en que fuera más prudente y que, quizá cuando acabara el curso pudiera llevar a la niña al colegio concertado que él pensaba más adecuado tras hablarlo con su hermana. «Donde enseñaban como debía ser, lejos de algún «moreno» que pudiera liarla».

Mientras cenaba encendió la televisión. «El mundo se iba por el retrete gracias a estos piojosos.»  Siempre era igual, demasiado libertinaje. Demasiado pensar por ellos mismos. Demasiado. Era demasiado. Se puso a ver Twitter. La cara de ÉL, las declaraciones de ÉL. ¿Cómo podría atreverse? Era todo una conspiración. Con la cara roja y las pulsaciones subiendo decidió llamar a uno de sus amigos para salir a tomar algo. Tenía que desahogarse. Su amigo le dijo que no había problema, «pero que esta vez nada de putas».

Se despertó al dia siguiente con una buena resaca.  Mientras llegaba el café veía la cara de ÉL. Su exmujer le había dejado un mensaje pero no iba a contestar. O al menos, no tan rápido, que se esperara. Que quedara claro quién mandaba. Miró Instagram. Escribió a un par de veinteañeras que parecían pedir un buen «meneo» en su opinión. Se acicaló la barba un poco y miró en Tinder algún perfil no visitado todavía. Comprobó los filtros que tenía puestos y ajustó un poco su captura. Siempre caía, cada cierto tiempo, alguna.

Tras la ducha, se encaminó a casa de sus padres. Su madre estaba en la cocina, como toda la mañana según ella, mientras su padre venía de echar la partida. Hoy estaba contento porque su equipo de fútbol había ganado, como casi siempre, añadió su madre.

Mientras su madre cocinaba KR se sentó a ver las noticias. Puso un canal donde por fin decían las cosas como eran, sin tapujos ni medias verdades. A cada palabra del presentador KR iba asintiendo con la cabeza. Cuando oyó la llave en el cerrojo de la puerta y su padre entró se le veía respondiendo a la pantalla con aspavientos.

Su padre entró enfadado. Había perdido la partida por culpa de su compañero, que no sabía jugar. Le comentó a su mujer que hasta ella podía haber jugado mejor. KR se levantó a saludarle con un fuerte apretón de brazos. En unos minutos la comida estaría lista.

Su madre cocinaba bien, aunque su padre siempre decía que esta «tonta» no le echaba sal a nada. KR reía. Su madre preguntó por la nieta. KR respondió que estaba bien, como siempre. «Que quería cambiarla de colegio pero que la «perra» no le dejaba.» Al tiempo que KR y su padre se levantaban de la mesa comentó que «seguro que la «perra» se estaba follando a algún negro». «No te extrañe», sugirió su padre. «Ya no hay gente decente.»

Mientras su madre fregaba los platos KR y su padre fumaban al tiempo que veían un programa de televisión. El mundo estaba al borde del colapso, se habían perdido los valores, ya no había valores. «Ahora todo era algodón de azúcar y colorines que salían del culo de algún maricón.» El presentador que aparecía en la tele estaba diciendo verdades como puños. Era más, a KR le parecía que le estaba hablando directamente a él. Tras estar un rato más en casa de sus padres, se fue.

Una ducha rápida y a quedar con la nueva adquisición de Tinder. Limpió un poco la casa antes de salir y se puso sus mejores galas. Algo de gomina en el pelo y dinero en efectivo. Fueron a un local de moda y, entre copas y pequeños escarceos en el baño junto a la cocaína, lo pasaron bien.

Al día siguiente se levantó con resaca. Ni rastro de la chica de Tinder. No recordaba todas las cosas que habían sucedido la noche anterior. Un humor de perros. Necesitaba un café. Miró el móvil. El mensaje de su exmujer. La niña necesitaba algo. Siempre necesitaba algo, según ella. «Todo para joderme el fin de semana». Siempre igual. «Maldita puta». Contestó con monosílabos.

Encendió la televisión. Hablaban otra vez de ÉL. Se enfureció y apagó el televisor. Miró Twitter y encontró una broma sobre esos piojosos que destrozaban los valores que todo buen hombre debe tener. Se lo mandó a su colega, que le respondió con un GIF.  El mundo se ponía muy feo, alguien debería hacer algo. Su amigo le preguntó si había escuchado lo que ayer dijo X en la televisión. KR dijo que no. Su amigo le mandó el corte. KR miró con avidez. «Ese, ese sí que decía lo que se tenía que decir. Ya era hora de que alguien lo dijera. Tiene mi voto», añadió. Se están perdiendo los valores. «A ver, se está yendo todo a la mierda. Hay muy poca gente que diga las cosas como hay que decirlas. Ya está bien de ayudar siempre a los pobres. Así no se construye un país fuerte. Siempre al pobrecito, nunca al que se esfuerza» comentaba su amigo. KR asentía mientras escribía en Whatsapp. «Antes todo era como debía de ser. Ahora el mundo se ha ido a la mierda por culpa de ÉL y sus amiguitos». Acordaron bajar al bar a ver el fútbol.

Mientras el partido se disputaba la cerveza corría. Su amigo le preguntó por la de Tinder. KR dijo que la invitó a cenar, que estuvo bien pero que al final era otra «guarra» como todas. «¡Árbitro, penalty!, ¡putos árbitros!» interrumpió su amigo. En el descanso, KR le enseñó a su amigo algunas fotos de la chica de Tinder. «Te lo dije, una «guarra», dijo KR. Su amigo asintió.

«Al final, es lo de siempre. Como les dejes ganar terreno, te comen, con sus ideas revolucionarias y sus mierdas. ¿Dónde está lo que nos hizo grande? Se ha perdido el respeto a un modo de vivir. Te quieren pobre mientras ellos viven en palacios. No quieren igualdad, sino quitarte lo que tú te has ganado con esfuerzo durante años». Y tras decir eso se tomó de un trago la cerveza al tiempo que su amigo le decía que eso era «hablar con dos cojones».

Se fue a casa borracho y contento por haber visto a su equipo ganar. Miró Twitter. Vio la cara de ÉL. La sangre empezó a hervirle. El mundo se iba a la mierda. ¿Solo él se daba cuenta? Otro mensaje de su exmujer. No contestó. Miró Instagram, nuevos cortes de pelo para parecer más joven. Miró Tinder. Seguían pidiendo guerra. Antes de meterse en la cama, pensó: «¿Soy el único hombre que se comporta como debe ser?». Se autocontestó, con una medio sonrisa, que efectivamente, así era.

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