¿Hablamos de fútbol?

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Esto mismo preguntaba un periodista a Pep Guardiola hace una década tras veinte minutos de preguntas intrascendentes, felaciones varias y bilis a partes iguales.  «¿Hablamos de fútbol?», pregunta sencilla. Guardiola sorbió de la botella de agua, asintió con la cabeza y se concentró en una pregunta que había captado su atención.

Ya nadie habla de fútbol. O eso parece.

Quizá nunca lo hicieron…

¿Cuándo se dejó de hablar de fútbol? Probablemente esto mismo se preguntó la gente del Ring Café cuando llegaron los cambios sociales, pues toda idea es anticuada desde el momento en el que se ejecuta por primera vez. En el Siglo XXI, ya resulta obsceno.

Tertulianos sedientos de propaganda, periodistas alienados al club de turno, aficionados que engullen desfiles orgiásticos de clicks fútiles que igual que llegan, se van, jugadores más preocupados por su corte de pelo y las redes sociales que en aprender a perfilarse cuando reciben un balón, entrenadores buscando su minuto de gloria para escalar categorías a base de otros. Si Lutero viera lo que se ha hecho con el fútbol,  sus 95 postulados serían 95.000.

Esto no es nada nuevo, por otra parte. Hébert ya despotricaba con razón hace más de un siglo sobre el uso del deporte para otros fines. Patriotismo barato, sexismo y todo lo que hace del ser humano un miserable. El fútbol, que reúne las pasiones y bajezas de la raza humana, se degrada continuamente.

«¿Por qué te deshonras a ti mismo?» preguntaba Will Smith, en la piel de Muhammad Ali a Drew Bundini Brown, interpretado por Jamie Foxx. Eso le pregunto yo  al fútbol. ¿Por qué el fútbol se deshonra? ¿Por qué hacerse eco de la decadencia, cual Venecia, en lugar de purificarse y extirpar todo aquello que le consume?

«Todos sabemos cómo debería ser todo pero es como es y es como lo hacemos nosotros» dice El Chojin. Y esta sociedad de la inmediatez, de la imagen, del nihilismo, de los anestesiados, de los sin talento, de los cortes de pelo en Instagram, de la droga en forma de fama efímera, es un veneno inoculado hasta el tuétano que solo puede liberarse cuando se suelten las capas de óxido, roña y mierda que cubre cada estrato del fútbol.

Y los entrenadores, ¿hablamos de fútbol? ¿Sabemos de fútbol? ¿A qué tenemos miedo cuando no hablamos de fútbol? ¿Alguien quiere escucharnos? Todo eso revolotea en mi cabeza mientras veo aspectos del fútbol inconexos con la realidad. Mapas de calor, estadísticas, propaganda, propaganda, la nada, más propaganda, inmediatez, futilidad, la nada de nuevo. Síntomas de una sociedad que vomita palabras sin saber cómo ordenarlas. Mirando todo rápido sin pararse a reflexionar. O reflexionar en perspectiva del qué dirán en lugar de ser fiel al juego. Todos prostituidos, mancillando el fútbol, que se revuelca como un cerdo en una cochiquera, feliz y satisfecho de que se hable de él sea como sea.

¿Hablamos de fútbol? ¿Qué es hablar de fútbol? ¿Todo es fútbol? ¿A quién le importa el fútbol? El fútbol, engordando día tras día lleno de veneno, con sus glándulas hipertrofiadas de las cuales beben todos, ordeñando sus ubres hasta dejarlas famélicas. Cual drogadictos sedientos de morfina, se lanzan como posesos, se pelean entre ellos,gritan, discuten, se pegan, todo por ser líderes de audiencia. Porque el segundo es un perdedor, porque solo sirve ganar, porque el orgasmo llega cuando veo mi cara en la tele, llega cuando veo los likes, los RT, los corazones saltando en redes sociales, mi ego saciado.

¿El fútbol? A la mierda el fútbol.

Mientras, lejos de aquí, hay un niño mirando seriamente al balón, dispuesto a amar el deporte. Hay una niña dispuesta a ignorar todas las barreras que le pongan por dar patadas a un balón. El resto, es mugre…

 

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