Fútbol Vulgar Barcelona

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Cuando Sandro Rosell accedió a la presidencia del Fútbol Club Barcelona decidió única y exclusivamente alimentar su ego oculto tras una fachada de persona intachable, hábil en los negocios. Un neocon que igual podría ser presidente de un equipo de fútbol que de una empresa de marketing o de un partido político con ínfulas regeneracionistas, un Kennedy a la española. En resumidas cuentas, una gran mentira, una estafa.

Rosell, aquel quien, como un buen amigo me dijo, se creía una de las tres personas que más sabía de fútbol, decidió, por puro odio, cargarse los cimientos creados por Cruyff y secundados por Guardiola. No hay otra forma de verlo a no ser hoy en día a no ser que se sea muy obtuso. Pero ojo, que haberlos, haylos. La estocada final, darle los mandos al malogrado Tito Vilanova quien, ante la oportunidad de llevar al club de su vida, tenía muy condicionada su elección. Consistía en echar a Pep. Y bien que lo logró.

Puede que el recurso de Tito fuera la actualización definitiva al modelo de Pep: un doble falso nueve, la batuta para Cesc, un fútbol más vertical dentro de la horizontalidad de Xavi. Thiago no encajaba en los minutos, así que sobraba. Iniesta y Xavi todavía en plenitud, podría ir bien. Pero la vida tenía otros derroteros. Nunca sabremos si Tito hubiera actualizado la idea de Pep, pero sí parecía haber una lógica interna.

Y en esas llegó Martino, el hombre que estaba entre anonadado y perdido ante la monumentalidad culé. Aquel que se justificaba por poner a Neymar en la otra banda o por no sacar todos los balones en corto. El hombre se fue sin entender nada por una sencilla razón: la exigencia del Barça era tan alta e íntimamente ligada a una manera de hacer las cosas que triunfar era imposible. Al menos el «Tata» tuvo la dignidad de entender su lugar en el Barça y dar un paso al costado.

Llegaba Luis Enrique y con él las nuevas ganas de los integrantes de la plantilla, fichajes que aportarían mucho, como Suárez o Rakitic y sobre todo la sensación de exigencia. Si Pep decía «les perdonaré que fallen pero no que no se esfuercen», con Luis Enrique y su imagen de sargento parecía que ni siquiera se iba a perdonar el fallo. Y no porque el técnico asturiano fuera inflexible, sino porque hacia fuera eso es lo que se proyectó y por tanto al aficionado le valía.

La primera temporada de Luis Enrique tiene, en sus tres primeros meses, la clave de su auge y caída. Un buen amigo (es importante rodearse de buenos amigos) que conoce bien al cuerpo técnico de Lucho, atosigado ante mi pregunta sobre qué intentaba Luis Enrique con sus nuevos movimientos, me contestó, con una sonrisa «¿Y si lo que buscan es mejorar el modelo anterior?». En aquel momento, con un Messi con poco humor y un Luis Enrique con poca sonrisa, pensé que estaban dentro de un proceso que iría bien o duraría poco. Pensé en su época en Roma y en Totti. Parecía que podía salir igual, pero al final, por suerte para los culés, salió muy bien.

El triplete de Luis Enrique enseñó dos cosas: 1) el modelo de Guardiola se podía actualizar y 2) la actualización de Luis Enrique estaba alejada de lo que pretendían, primero Pep y luego Tito.  Lo que se pretendió a partir de ese momento fue sostener la furia incontrolable de Suárez, Neymar y Messi con un Iniesta con mayor recorrido, Xavi en el banquillo y la presencia de Rakitic, infatigable y gran sorpresa indetectable para los rivales.

Se ganó un triplete pero eso duró solo una temporada y media. Lo que tardó Rakitic es ser absolutamente irrelevante en la creación de juego, en la salida de Xavi, que atemperaba el ritmo de juego, en las piernas de Busquets, que cada vez corrían más, en la cabeza de Luis Enrique, incapaz de dar con la tecla para volver al pasado y obcecado en fichar jugadores que no tenían los principios del juego culé. Si Rakitic había durado poco, menos duraron Arda o André Gomes. Así, Lucho era esclavo de un equipo que se descosía justamente porque él así lo había querido.

Luego llegó Valverde, quien, pragmático como pocos, decidió su propio modelo. Si Luis Enrique había desfigurado la idea de Pep para, en principio, mejorarlo, Valverde ni lo intentó. Para ganar necesitaba potenciar a Messi y luego poner piernas a sus espaldas. No necesitaba nada más para competir en liga, pero para Europa no le dio, principalmente porque emocionalmente se fundió en Roma. Un equipo a veces es reflejo de la personalidad de sus entrenadores. Y cuando llega lo importante eso se deja traslucir. Por último, Setién, testimonial.

En estas llegó Koeman, con un club cercano al vodevil, una masa social entre enfadada y desesperada y la llegada de un nuevo presidente a la vez que teme la salida de Messi. Un sindios, vamos. Y de donde se viene, cualquier cosa que haga el técnico holandés se mira con filias y fobias desde la perspectiva del aficionado.

Si ya hemos hablado del palco, donde Rosell decidió triturar todo lo creado en la época de Laporta por odio y Bartomeu solo tuvo que seguir su camino y también hemos hablado de lo sucedido en el terreno de juego, con los sucesivos entrenadores y las decisiones en torno a la idea de juego culé, toca hablar del aficionado.

Ese aficionado que, casi de la noche a la mañana, se tiene que pellizcar al ver a su equipo meter seis goles en el Bernabéu y lograr un sextete histórico. Ese aficionado que acusaba a Martino de no ser fiel a la filosofía culé al no sacar un balón jugado desde atrás. Ese aficionado que veía con deleite cómo el Barça podía permitirse el lujo de partirse al tener a la MSN. Ese aficionado que aplaudía a rabiar los esfuerzos de Arturo Vidal. Ese aficionado que cree oler a Cruyff cuando ve a Koeman.

Ese aficionado.

Existe cierta rumorología sobre aquellos que consideran que el Barça no puede volver a jugar como lo hacía bajo el mando de Guardiola, como si fuera inalcanzable. Si el nivel de juego e institucional se ha ido degradando, el ojo del aficionado ha ido haciendo lo mismo: después de hacer de una manera de jugar su sayo, ahora defiende a capa y espada cambios de centrales, doble pivote y defensas de 5. Y para aquellos que veían esto como una traición a una manera de hacer las cosas se inventaron el sobrenombre de «viuditas».

Esto, que es más antiguo que el hilo negro, es la proyección de los miedos de la gente en sus equipos de fútbol. Incapaces de pensar en grande, acomplejados que no entienden por qué suceden las cosas, prefieren quedarse con las migajas en vez de luchar por recuperar el trono. Y todo lo que no sea eso se considera como nostalgia, talibán del estilo o elitismo.

Lo de elitismo no deja de ser gracioso, pues si algo tiene el Barça es su distinción con otros clubes. ¿O alguien piensa que el Més que un club es gratuito? Lo más interesante de su definición de elitismo es que lo comparan con ser unos modernos pijos o peor aun, parafraseando a un político infame, a los carcas que hablan todo el día de las fosas de los abuelos.

Necios incapaces de pensar en grande porque sus miedos les tienen atenazados y, con ello, se permiten el lujo de arrastrar a todo aquel que sueña por todo lo alto. Diciéndote siempre «no podrás». Esa gente. Ese aficionado.

Por otro lado está aquella gente que considera que el fútbol ha cambiado tanto en una década que lo que se practicaba bajo el mando de Guardiola es imposible porque ahora los jugadores son más fuertes, más rapidos y la presión es la que manda.Como si antes no se presionara ni se mediera el volumen oxígeno de cada jugador. Estos últimos son más sangrantes que los anteriores, pues si bien los primeros tienen un vínculo emocional con el club y a fin de cuentas quieren levantar títulos, estos últimos se esconden tras una fachada que revela la nada más absoluta, pues no entienden nada de los procesos de un vestuario, de jugadores y de proyectos. Como dice la canción «es más fácil hablar mierda que hablar de matemáticas». O de fútbol.

El Barça, y Barcelona misma, son distintas al resto. No entender eso y ser seguidor culé es una incongruencia. En términos artísticos, hay gente que preferiría que se alzara el Monasterio de El Escorial en lugar de la Sagrada Familia en Barcelona. Barcelona es una ciudad moderna y vanguardista (o lo era)  y el Barça es reflejo de ello. No entender eso es no entender al club.

Y llamar elitismo a querer ser diferente y tener tu propio camino es propio de miedosos avergonzados sin un ápice de valor.

Podemos concluir por tanto que, sin nadie a los mandos en el palco, con un entrenador que busca soluciones para ganar sea como sea, la estrella del equipo queriendo irse y con aficionados que reniegan de la propia esencia culé, el Barça se ha vulgarizado.

Y la culpa no es de Koeman, ni mucho menos. Todo comenzó cuando se votó a la imagen en lugar de a las ideas. Cuando se vio bien que el equipo se partiera, con fichajes que no entendían el juego de posición, cuando el aficionado solo quería ganar y no ganar y jugar bien. Pequeños aleteos de una mariposa que generaron el caos reinante.

El Barça se ha vulgarizado y es un club más. Así de simple.

Y mientras, se esperará a aquel que quiera devolver grandeza, seny, a un club que antes tocaba sinfonías de Beethoven y ahora hace estribillos facilones de cualquier cantautor que quiera embaucar a una chica descuidada.

El Barça puede ser muchas cosas, pero nunca vulgar.  Si no, no será més que un club nunca más.

 

 

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