En la hora de marchar, David Silva
David Silva siempre tenía un regate de más. Un regate corto, seco, generalmente hacia su pierna menos buena, para luego dejar un pase franco en bandeja a un compañero. Un jugador que tenía tan claro en la cabeza lo que quería que se desarrollara que siempre fue diferente.
Alumbrar una España como la que confeccionó Luis Aragonés en 2008 no era fácil, muchas trabas, muchos intereses. Una vez realizada la posibilidad y elevada la euforia tras el penalty de Cesc ante Buffon, desatada la imaginación, España encontró su juego. Esa semifinal contra Rusia, la de una España de bajitos donde no se regalaba el balón al contrario. Donde Xavi, Iniesta, Cesc, Cazorla y Silva mandaban a su antojo.
El canario voló a Manchester en una época en la que parecía que el aperturismo de grandes jugadores a la Premier no era tan seguido como hoy en día. Estaba ya un Torres decisivo en Liverpool y además dos inmensos talentos como Xavi e Iniesta copaban títulos y distinciones. Todos ganarían un Mundial, pero la participación de Silva se redujo a un solo partido, el inaugural. Del Bosque, en un pragmatismo que se hizo reconocible a lo largo de su etapa, buscó una España más sólida, menos descarada. En parte, era lógico por tres motivos: 1) la irrupción de un jugador como Busquets; 2) la querencia del entrenador salmantino por Xabi Alonso en el mejor momento de su carrera y 3) que España venía de ser campeona de Europa y siempre ser favorito exige cierta prudencia y no tanto descaro. Aún así, nos preguntaremos siempre qué habría hecho Luis Aragonés en su caso.
Sea como fuere, el de Arguineguín obtuvo su recompensa como campeón del mundo. Dos años después, en una España donde la posesión defensiva era más que notoria, su participación fue clave anotando el primer gol de la final ante la Italia de Prandelli. Un grandísimo jugador que estuvo presente en la mejor hornada de nuestra historia.
Pero, como a Santi Cazorla, los focos le pillaron de lado. Sin el brillo de Madrid o Barcelona, en plena vorágine mourinhesca y guardiolista, David Silva aterrizaba en Manchester a caballo entre una regeneración del club y una búsqueda por lograr títulos importantes. En esa locura que fue el gol del Kun Agüero, David Silva es el jugador que más cerca está de la jugada. El primero en abrazar a un Kun descamisado. Su primera Premier. Y así llegarían nueve años donde el equipo citizen seguiría creciendo. Llegó Guardiola, aparecieron las ligas de 100 puntos, su hijo Mateo, prematuro y que tenia a todo el equipo blue con el alma en vilo. «We are going to win this match for David Silva and his girlfriend, Yessica», sentenciaba Guardiola en el vestuario mancuniano antes de saltar al terreno de juego. Un lugar donde El Mago siempre se movió como pez en el agua.
Una zurda inteligente, listo para encontrar espacio a la espalda del rival, rápido para girarse, con buen último pase, perfecto continuador de las diabluras que pergeñaban Cesc, Xavi e Iniesta en su cabeza. Un jugador distinto en una época en la que todos los jugadores parecen cortados por el mismo patrón.
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